Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República Argentina

 

Autor: Juan BIALET MASSÉ

(www.bialetmasse.com)

 

Conclusiones

(presentadas por Bialet Massé el 17 de septiembre de 1904

en Tomo Segundo de la obra original de 1904 - CAPÍTULO VIII)

 

Sumario—1. Necesidad de la ley reglamentaria.—2. La ración mínima.—3. Los accidentes del trabajo.—4. El descanso dominical, la jornada comercial y las multas.—5. En Cuyo suceden hechos parecidos a los de Tucumán.—6. Necesidad de la instrucción práctica y de la educación del carácter.—7. Necesidad de fomentar el patriotismo.—8. Efecto producido por la publicación del proyecto de ley del trabajo.—9. No hay la noción clara del fundamento fisiológico de la cuestión.—10. Necesidad de la reglamentación total y armónica.—11. Necesidad de procurar diversiones al pueblo trabajador.

 

1—Los hechos expuestos en el presente informe confirman las conclusiones para la ley del primero que tuve el honor de presentar a V. E., algunas de las cuales puede decirse que han pasado por el crisol de la experiencia.

 

Había dicho a V. E. que la indolencia, la rutina, el mal trato que, en general, se daba al obrero en Tucumán, habían de producir algunas huelgas, que sacudieran la indiferencia de la mayoría de los patrones. La primera ya se ha producido, y si ella no ha ido más adelante en sus efectos inmediatos, he expuesto las causas que a mi ver lo han impedido.

 

La huelga pasó sin actos violentos ni desórdenes, gracias a la actitud de las autoridades y del señor Patroni, que le dieron el tono de transacción pacífica, y tuvo al virtud de despertar del letargo en que vivían los dueños de la mayoría de los ingenios.

 

Mucho temo que pasada la cosecha, que ofrece tan pingües utilidades, pase también el deseo de remediar, o mejor, el convencimiento de la necesidad de hacerlo; pero en el pecado irá la penitencia. Junto al cereal está el obraje, y la huelga que amenaza a Tucumán no hay poder público que pueda evitarla.

 

O viene la ley reglamentando la jornada, los descansos y estableciendo el arbitraje, o los patrones organizan el trabajo racionalmente y hacen conocer por todos los medios de publicidad esa organización y las garantías que ofrecen, o los obreros no irán y entonces aprenderán por los registros de caja.

 

En Cuyo pueden suplir con el extranjero barato o caro; pero en Tucumán el criollo es insustituible.

 

De todos modos, por efecto de esta huelga, la concentración y la asociación obrera han tomado gran impulso en Tucumán.

 

2—El hecho también ha puesto en evidencia la necesidad de preocuparse formalmente de la alimentación del obrero.

 

Alguien me ha criticado que me haya ocupado de la ración mínima para otra cosa que para fijar el jornal mínimo.

 

La educación del obrero criollo, para que no precise la ración en sustancia, sin que la familia y él mismo sientan la miseria, está muy lejana; y si se trata de su interés y del de las industrias, es tan necesario ocuparse de ese asunto como de la medida de seguridad más importante; y en los establecimientos de campaña, en los que no hay donde proveerse, la ración es inevitable.

 

De todos modos, es el seguro de la alimentación de la familia; es bueno y debe hacerse.

 

3—Los hechos que llamarán sin duda alguna la atención de V. E., son los relativos a los accidentes del trabajo. Todos los patrones que tienen la noción del deber, dan la asistencia y el jornal; la iniquidad de medio jornal de las leyes inglesa y francesa, no ha entrado en nuestras costumbres, y aun los patrones que no se creen obligados para con sus obreros a más que al pago del jornal, o no dan nada, o dan el salario y asistencia; el medio salario carece de sentido.

 

Los contratos de seguros, que se extienden rápidamente, tampoco entran por las cicaterías y miserias de Europa; comprenden la asistencia y el jornal, y la indemnización total es por 1.000 jornales; que es mucho más extenso que el europeo y más racional.

 

¿Por qué vendría la ley a modificar irracionalmente costumbres tan equitativas en vez de fomentarlas?

 

4—El trabajo de la mujer y del niño se explotan con igual intensidad en Cuyo que en el resto de la República, y acaso más en la época de las cosechas.

 

El descanso dominical es un anhelo en esas provincias; aquellas manifestaciones de los panaderos del Paraná, del comercio de todas partes, de que se sienten esclavos del negocio, de que no pueden entenderse entre sí, se repiten en San Luis, Mendoza y San Juan; en todas partes.

 

Apenas si hacen excepción algunos almaceneros al por menor que lucran con el vicio del pobre, y algunas empresas que estrujan a sus operarios; los demás no discrepan en pedir que la ley los ampare contra sus celos, rivalidades y codicia.

 

Esto no es argentino, es universal. España acaba de darse la ley del descanso dominical. Los que protestan, los que hacen meetings y gritan fuerte que se ataca a la libertad, son los taberneros, que no quieren renunciar a enriquecerse explotando y fomentando el vicio del pobre; son los toreros, que no se resignan a perder el aplauso de los proletarios en ese espectáculo, que no puede dejar de ser reprobado por la civilización, aunque sea una sublime y heroica barbaridad, aunque sea menos bárbara que el box, y el del domador de fieras que concluye siempre por ser devorado por ellas ante el público; ya no es de nuestro tiempo, ni de los sentimientos generales que dominan.

 

Lo mismo puede decirse de esa jornada comercial que empieza a las 7 a. m. o antes para concluir a las 10 p. m. o después; que no aumenta en un centavo las transacciones, que denota siempre un desorden social y doméstico.

 

Ha bastado en Buenos Aires y el Rosario que algunas casas importantes cerraran a las 7 p. m. para que las que quedan abiertas permanezcan solitarias. ¿Qué señora de Buenos Aires, que no sea una cursi, dejaría para la noche hacer sus compras?

 

Las multas patronales son en Cuyo desconocidas en el comercio privado; sólo las he encontrado en la Germania y en las empresas de ferrocarriles, y merece la pena de evitar que se propague tan pernicioso abuso.

 

5—En Cuyo se nota la misma ignorancia patronal que en el resto de la República; pero además son allí muy raras las personas que se dan cuenta de lo que es la cuestión social, ni siquiera de lo que es obrero como instrumento del trabajo; sin embargo, algunos movimientos de huelga ocurridos en las tres provincias y el éxodo de los obreros hacia el Litoral debiera haberles llamado la atención.

 

Al doctor Arata le ha bastado un solo viaje para darse cuenta de ese estado, y para ver el remedio que allí puede aplicarse, sin el cual, aunque en menor escala que en Tucumán, la industria vinícola está seriamente amenazada. ¿Lo oirán?

 

6—La rutina que lleva a todos los hombres de una comarca a emprender todos los mismos cultivos, las mismas industrias, son el efecto más inmediato de los malos sistemas de enseñanza; de esos métodos que quiebran el carácter, y enseñan a pensar con cabeza ajena, atando toda iniciativa propia, en vez de desarrollar y alentar las propias calidades; de ahí salen esos agricultores que siembran trigo y maíz, plantan caña o viña por la sola y única razón de que al vecino le ha ido bien, y una vez que la planta da porque la naturaleza es generosa, se ha llegado a la meta; no hay porqué ocuparse de nada más, ni de estudiar suelo, semillas, plantas, enfermedades y degeneraciones; de eso se debe ocupar el Gobierno, encargado de proteger la producción y de pensar por todos y para todos.

 

No hay verdadero peón agrícola; el inmigrante, aunque se llame agricultor, es simplemente bracero, toma el arado y la sembradora como lo ha visto hacer en la primera chacra en que se conchabó y sigue la rutina, y si trae alguna idea, si ha sido agricultor, se empeña en que aquí se ha de hacer como en su país de origen, y que no es él el que debe adaptarse al país, sino que es el país el que ha de reformarse a su gusto. Ahí tiene V. E. lo que sucede en Cuyo con las viñas, como ha sucedido y sucede en el Litoral con los cereales.

 

No se tiene en cuenta que el inmigrante no es lo selecto de su país, no es el propietario que tiene su pasar en la pequeña propiedad que heredó de sus padres, y que la cuida y hace producir para mantener a sus hijos, sino el bracero que el exceso de población y las escaseces de retribución hacen salir en busca de una vida mejor. Los que estando bien vienen a buscar el modo de hacer rápida fortuna son los menos, las excepciones; y yo encuentro hasta ridícula la pretensión de que la inmigración ha de ser seleccionada, lo mejor, porque nadie se desprende para el vecino de lo mejor de su casa, que procura conservarlo y guardarlo para sí.

 

El hecho continental desde el Canadá y los Estados Unidos hasta Chile y la República Argentina, es que el inmigrante viene más pobre que el reñícola, y que es inferior a éste, a lo menos porque no conoce el país y tiene que adaptarse, y se adapta, no siguiendo antes de establecerse un curso de agricultura, sino conchabándose para ganar la vida, o si ha traído con qué comprar el lote imitando a su vecino, porque no tiene otro criterio.

 

En Europa apenas hace algunos años que se están introduciendo las máquinas agrícolas que aquí son corriente.

 

La gran ventaja y la única ventaja que tiene el inmigrante es el hábito de ahorro; pero este mismo lo dirige mal; las facilidades de adquirir, en vez de llevarlo a la variedad de cultivos que le harían bastarse a sí mismo, que le darían trabajo todo el año, le llevan a la extensión, a las grandes zonas. No olvidaré nunca la satisfacción suprema con que me dijo un italiano: yo soy propietario de más del doble del terreno que posee el Rey de Italia.

 

Ese colono aprende a arar y a sembrar trigo, y de ahí no pasa; no cultiva una cebolla porque no sabe; mientras en el Interior, aun en las antiguas reducciones, hay muchos que saben y hacen, viviendo una vida mezquina, que podrían ser grandes elementos de progreso para el país, sirviendo de ejemplos vivos de enseñanza práctica.

 

En tal sentido he hablado en mi informe anterior de colonias criollas en Santa Fe y Córdoba, para sacar a esos criollos de los rincones en que viven; no para crearles un hogar, que generalmente ya tienen, sino para mejorárselo y para que sirvan de ejemplo, para que induzcan al agricultor, que hoy pierde la mitad de su tiempo, a que lo aproveche en ocupaciones productivas, procurando el arraigo en cada comarca de las gentes necesarias para satisfacer las necesidades de la producción, dándole así bases estables.

 

Así veo pensar al doctor Arata, al doctor Ramos Mejía, al doctor Gallegos y a todos cuantos se dan cuenta del estado del país y buscan su remedio con amor, ajenos a miras personales y políticas.

 

7—Pero no basta dar instrucción práctica y educar el carácter, es necesario de todo punto elevar el patriotismo; la depresión de este sentimiento es manifiesta; muchas causas concurren a debilitarlo.

 

No hace muchos días decía un diario de esta capital, y por cierto no en son de crítica, que en las calles de esta ciudad cosmopolita los trajes más abigarrados no llamaban la atención de nadie; sólo el traje criollo era chocante y ridículo.

 

En ese mismo diario, para ponderar un acto de injusticia, se decía: «Es un acto de justicia criolla»; y todos los días y a cada rato, los desaciertos de la política, los abusos electorales, los desmanes policiales, todo lo malo no encuentra calificativo más aplastante que el de criollo.

 

Los vicios no son malos por sí mismos en lo que tienen de común en la humanidad, sino en lo que tienen de criollo. Los miembros de una nacionalidad se reúnen y se embriagan: eso está en sus costumbres, nada tiene de particular; pero se embriaga un criollo el sábado, ese es vicio criollo. Pululan por las calles cientos y miles de inmigrantes llenos de robustez y de salud implorando la caridad pública, en vez de ir a trabajar a las colonias que los llaman; se explica como un inconveniente de la inmigración; no quieren ir a lo desconocido; pero si entre esos miles hay uno por ciento de criollos, es intolerable, este pueblo no tiene remedio, debe desaparecer víctima de la ociosidad y de los vicios.

 

Esto lo oye, lo lee y lo ve todos los días el criollo, y lo que es peor, como lo he hecho notar en muchos capítulos de este informe, cuando en verdad es superior en calidad y fuerza, se le paga menos por su trabajo porque es criollo; así como no es posible que una mujer, aunque haga más y mejor trabajo que un hombre gane tanto como éste, no es posible que el criollo gane tanto o más que el extranjero; su nacionalidad es una causa deprimente.

 

¿Es así como se eleva el carácter de los pueblos y se los estimula?

 

Esto lo que produce es el menosprecio de sí y de lo propio; y no puede apreciar a los demás quien no tiene el aprecio de sí y de lo suyo.

 

El amor de la humanidad, la fraternidad universal, no pueden existir sino como una sobreextensión del amor en la unidad elemental, en la familia. ¿Cómo amará la tierra entera y la considerará como la patria de todos los hombres, quien no tiene un especial y concentrado amor al suelo que dio la materia para formar sus huesos y sus carnes? ¿Cómo podrá decir que ama fraternalmente a todos los hombres quien no tiene la idea del amor y de la solidaridad de los que nacieron del mismo seno? ¿Cómo se extenderá lo que no existe?

 

Esas fraternidades preconizadas por los que las utilizan de inmediato, a cambio de una reciprocidad que no se hará efectiva nunca, tienen todos los ribetes de una explotación más o menos hábil, pero no son sinceras.

 

Y en verdad cada hombre lleva ese amor encarnado, a pesar de todo lo que él mismo quiera hacer para contradecirlo. En Tucumán como en Buenos Aires, en Mendoza como en el Rosario, después de uno de esos discursos que a fuerza de repetirse se han hecho ya tan comunes y necesarios, he tomado anarquistas catalanes, los más fanáticos, ya enfermos, y les he hecho ver los defectos o vicios que allí se padecen. La enfermedad hace alto: Barcelona es el paraíso de la tierra, la ciudad ideal, el obrero catalán es el primero del mundo; el anarquista italiano, por enfermo que esté, por más que quiera destruir medio mundo, ¡ma l’Italia e bella! para el otro, la civilización y el progreso humano no pueden existir sin la Francia; y el inglés no es anarquista, porque el mundo es suyo, y todo lo que no es inglés no tiene más derecho que el honor de dejarse explotar por los ingleses.

 

Nada diré del poder corruptor de las grandes empresas, ni tampoco del que labra su fortuna contando por los pesos que acumula los días que le faltan para dar la vuelta; y sería largo detallar tantas causas como concurren a enervar el patriotismo, sin el cual no hay pueblo grande posible.

 

Hay, pues, que elevar ese sentimiento, dignificar al criollo, crearle el alto aprecio de sí mismo, para que aprecie y respete a los que vienen. Nadie puede creer que se le ha de tratar en una casa, por más que sea el día del convite, mejor que a los de la casa misma.

 

La letra de la Constitución es hacer partícipe a los hombres de toda la tierra del bienestar del pueblo argentino; supone que es ese el objeto primordial del gobierno: crearlo para participarlo.

 

Y no me cabe la menor duda: la mejor propaganda, el mejor llamado para el extranjero, es el bienestar del hijo del país.

 

8—He tratado de darme cuenta del efecto producido por la publicación del proyecto de ley nacional del trabajo, tanto en los que, careciendo de los conocimientos necesarios para juzgarla, no tienen sobre ella más criterio que sus miras personales, sus prejuicios y sus rutinas, como en los pocos que son capaces de un estudio serio, con el criterio de la justicia y de la ciencia; y como en los que encuentran, que buena o mala, la ley vendría a quitarles los medios de explotar el trabajo del hombre en las circunstancias que puedan aprovechar, y la rechazan sin querer ni tomar conocimiento de ella.

 

Un distinguido profesor de finanzas, que ha hecho un estudio detallado de la ley y de este informe, a pesar de pertenecer a la escuela economista neta, me refiero al distinguido doctor don Félix T. Garzón, no encuentra sino pequeños detalles que corregir en la ley, y en materia de accidentes del trabajo acepta como justo lo proyectado por V. E., con excepción de las multas patronales, y encuentra que es excesivo lo que yo creo justo en algunos detalles; pero en lo que difiere esencialmente es en la naturaleza del contrato; él cree que es de locación, que esta palabra expresa la idea propia, pues la de conchabo equivale a la asociación más que a la compra de un trabajo o de un esfuerzo.

 

El doctor Garzón, que es un hombre esencialmente bondadoso, y, por lo tanto, no puede dejar de sentir los sufrimientos de las clases obreras y la necesidad de remediarlos, está imbuido de ideas de la escuela economista, ha sido muchos años abogado de ferrocarriles, y teme por el capital, sin el cual para él no hay vida industrial posible, y sobre todo cree imposible, lo afirma categóricamente, que el obrero venga a revestir el carácter de socio del capitalista.

 

En una palabra, el doctor Garzón no se da cuenta de que si todos los capitales desaparecieran el trabajo los volvería a crear otra vez, mientras que si se pudieran unir todos los trabajadores y hacer una huelga general de un solo mes, los capitalistas se encontrarían como el Narciso de la fábula, tendrían que comer oro, o tierra, o carbón.

 

Pero la verdad es que fatalmente el hombre es sociable, fatalmente, por más que griten todas las escuelas y quieran hacer del capital y del trabajo dos elementos antagónicos; ellos son y serán concurrentes, y el principio cristiano como el principio democrático son tendencias que no permiten sacar de la ruta ascendente por la que la humanidad va hacia su destino; los más son y valen más que los menos, porque individualmente, para la ley y para la moral, todos son iguales, y no caben distinciones que no vengan del propio mérito. El trabajo creó el capital, y es justo que por lo menos tome el rango que la paternidad le asigna.

 

He hecho esta referencia porque se trata de un estudioso sincero y leal, que por su posición en la enseñanza y en la política tiene un gran peso en la cuestión.

 

Al inaugurarse la feria de la Sociedad Rural Argentina en Palermo, en el presente mes, su distinguido presidente, el doctor don Exequiel Ramos Mejía, pronunció el discurso de apertura. En él viene a hacer la exposición sintética del socialismo de la tierra, anticolectivista, todo entero.

 

Pocos días distante, el señor Van Prae pronuncia una conferencia en el Colegio del Salvador de esta capital, en completa conformidad con este orden de ideas; llegando a la conclusión de que estas reformas se imponen para todo hombre, cualesquiera que sean las ideas religiosas que profese.

 

Mi conferencia en la Universidad de Córdoba, y el modo como fue acogida, así por los universitarios como por la prensa de todos los colores, indican que ello flota en la atmósfera, que en nuestro mundo intelectual son ideas que están latentes y que se despiertan con poco esfuerzo.

 

He dicho y repetido que en los ingenios tucumanos no hay resistencias serias ni importantes, y las pocas que hay no lo son por la cosa en sí, sino por el celo y la rivalidad que impera entre los industriales.

 

El señor Gobernador, en el mensaje de apertura de las cámaras legislativas, en estos mismos días, no ha podido menos de presentarles la cuestión, y es lástima que las divisiones políticas esterilicen tan buenas iniciativas.

 

«Recordará V. H. que por un acto de profunda previsión, que os hizo el más alto honor, derogasteis en mi gobierno anterior aquella famosa ley de conchabos, ley de verdadera esclavitud, que dictada en su tiempo con las mejores intenciones, se convirtió en un instrumento cruel de servidumbre para todos los trabajadores en general.

 

»Recuerdo que con aquel motivo se alarmaron las fábricas, creyendo comprometida su situación en sus fundamentos; los hechos demostraron posteriormente lo que era ya sabido en el mundo del trabajo: que el trabajo libre es más económico y proficuo que el trabajo servil, aparte de que aquella ley repugnaba a nuestras instituciones democráticas como atentatoria a la dignidad humana.

 

»Hace años que la cuestión obrera se agita en el seno del mundo civilizado, conmoviendo los intereses económicos de todas las naciones, y ha venido a golpear también las puertas del Litoral argentino en formas tan graves que motivan hoy las preocupaciones de nuestros hombres de estado.

»Es por eso que en mensajes anteriores llamé la atención de los industriales de la Provincia sobre la necesidad de prever la solución de este problema, verdadero peligro ad portas.

 

»Al fin se hizo sentir este año el primer conflicto entre una fábrica de Cruz Alta y sus peonadas, en el que intervino la policía en la forma que cumplía a su deber, según los reglamentos que la rigen.

 

»Los hechos sirvieron de bandera política a algunos diarios locales, que clamaron contra la acción del gobierno, auspiciando con sus correspondencias a la prensa de la Capital el envío de un representante de la «Unión General de Trabajadores», para que levantase en el terreno una información de los hechos producidos, que debía servir de cabeza de proceso en el Congreso argentino contra un gobierno inicuo que negaba a los obreros el derecho de reunión pacífica. Vosotros sabéis lo demás. Promovidas por este enviado produjéronse varias reuniones de obreros en Cruz Alta y otros puntos, amenazando generalizarse en toda la Provincia, en las que la policía se concretó a garantir en absoluto, como siempre, el derecho de reunión de cualquier carácter, limitándose a exigir el cumplimiento de las disposiciones que la reglamentan, y que no fuesen una amenaza contra las fábricas u otros intereses. De estas reuniones pacíficas resultó la huelga general en Cruz Alta, hecho gravísimo, puesto que los ingenios estaban en cosecha.

 

»En este estado de cosas, los fabricantes y el representante de los obreros buscaron una solución conciliadora con el concurso del Gobernador de la Provincia, y el conflicto se resolvió, ensayando el consejo de conciliación proyectado en la ley nacional del trabajo, y la huelga desapareció en cuarenta y ocho horas.

 

»Sin embargo, pienso, y es de mi deber declararlo que esta no es sino una solución transitoria; que el peligro de futuros conflictos subsiste, y que corresponde a los interesados y al Estado procurar una armonía estable entre los intereses de las fábricas, plantadores y obreros.»

 

Ideas muy parecidas encontré en el señor Gobernador de Santa Fe y muchas otras autoridades.

 

En Cuyo, aparte del establecimiento del señor Uriburu en San Juan, en verdad no hay ideas buenas ni malas; la cuestión no ha sido estudiada.

 

Pero si se tomara individualmente la gran masa de la población argentina, cada uno encuentra bueno lo general; pero en ciertos detalles que les afectan particularmente, se siente, aunque no se entienda por qué, la necesidad de esta legislación.

 

Por lo que hace a la masa obrera, fuera de las ciudades, no tiene tampoco nociones de la cosa, pero las percibe pronto, y es una masa maleable y amoldable, como acaso no hay otro pueblo en mejores circunstancias para hacer de él un gran pueblo obrero.

 

9—Sin embargo, el número de hombres del país que se dan cuenta de la cuestión en sus verdaderos términos fisiológicos, económicos y políticos, son muy pocos, y menos los que alcanzan a ver lo reproductivo de las concesiones hechas al trabajador.

 

La inmensa mayoría patronal sólo entiende esa aritmética burda que hace ahorrar sobre el pasto del caballo, haciéndolo trabajar más de lo que da como aparato mecánico, y son muchos los que creen que un movimiento que nace del estado de adelanto científico del mundo moderno puede contenerse con medidas de fuerza.

 

Es admirable ver y oír como se tratan estos asuntos, todas las astucias y argumentos que se hacen para extraviarlos de sus cauces naturales, en vez de afrontarlos lealmente y con decisión patriótica.

 

No es extraño que así suceda aquí, cuando en las naciones más adelantadas se ven tratar con argumentos de patanes y represiones brutales, dentro de los partidos mismos que se llaman a sí mismos defensores de las clases obreras.

 

La noción fisiológica del trabajo y del descanso no entra todavía ni en el común de los médicos mismos, pareciendo reservada a la aristocracia de la ciencia. En nuestra época de vulgarización, esta parte de la ciencia permanece todavía en las alturas, entre nubes. No ha muchos días que un muy distinguido médico me decía: que el descanso dominical no podía adoptarse sin que previamente se estableciesen instituciones que hicieran ocupar al obrero en sentidos determinados.

 

La idea fundamental de romper por lo menos veinticuatro horas la orientación de las células nerviosas, mantenidas en tensión durante las seis jornadas, dejando una fatiga remanente, que no alcanza a remediar el descanso diario, ni ha llegado a entrar en los elementos que se toman de la cuestión, ni mucho menos la relación del gasto de energías con la alimentación que las produce.

 

¡Cosa admirable! Los que darían al traste con todas las libertades y volverían al siglo XVI como a un ideal celeste, encuentran que la legislación obrera es atentatoria a la libertad!

 

La brutalidad quiere que estas cuestiones sean una cuestión pura y simple de fuerza; los unos quieren fusilar ideas; en cambio, los obreros entienden que pueden imponer sus derechos a garrotazos.

 

Y esto invade hasta el partido que parecía destinado a presidir en el mundo entero la evolución, y se decide por la revolución violenta en el congreso último de Amsterdam, sin más que tres votos en contra: el de los dos delegados argentinos y el de Jaurés.

 

Es decir, que una cuestión altamente científica y económica, no encuentra solución sino en la fuerza bruta, ni más ni menos que entre lobos que se disputan la presa.

 

¿Debemos desalentarnos por esto? De ninguna manera; al contrario, seguir luchando siempre en el terreno pacífico de las ideas; sobre todo los que habitamos este suelo, cubiertos con el manto de su Constitución.

 

10—No estaba vedado a este país, en que tuvo su cuna en la época colonial la perfecta legislación obrera que podía pretenderse en aquellos tiempos, que tratara la cuestión en su conjunto armónico y científico; y cualesquiera que sean los juicios críticos de detalle que puedan hacerse a la obra de V. E., nadie podrá desconocer que por primera vez se ha hecho algo que obedece a un plan metódico y racional, armonizando todos los detalles.

 

Ciertamente en Europa las leyes del trabajo han nacido dispersas, unas tras de las otras, siempre como concesiones arrancadas por la fuerza, después de muchas lágrimas y desventuras; nunca, es preciso repetirlo bien alto, nunca como resultados de la convicción científica ni del espíritu de justicia, y así son los resultados.

 

Con todos sus pujos socialistas, el gobierno francés no ha podido evitar que el obrero viva en perpetuo malestar, sin que pase un día en que no haya uno o más gremios en huelga, y huelgas formidables, ruinosas, como la de Marsella, que aun no acaba, y antes de que concluya otras aparecen.

 

¿Por qué? Porque socialistas y burgueses marchan impulsados por el cosquilleo del malestar bajo el peso de las injusticias, de lo arbitrario y de la fuerza; y ya están empezando a ver claro; ya ven que las relaciones del trabajo requieren una legislación de conjunto, armónica, y no hay ni puede haber armonía en lo que es incompleto y deficiente.

 

Es en vano que se quiera eludir la intervención del obrero en la formación de los reglamentos del trabajo, en los tribunales que han de decidir las contiendas; la personería del obrero ha conquistado su lugar, y tiene forzosamente que dársele. Es en vano que se quiera procurar la división maquiavélica del obrero fabril, haciendo de él una clase privilegiada y aristocrática, por lo tanto; ni los obreros artesanos aceptan esa distinción, ni la sana razón la admite; los obreros agrícolas son muchos más, ellos producen las materias primas de las industrias, y el servicio doméstico complementario de la vida es tan noble y tan importante como cualquiera otro.

 

Del ingeniero al albañil, del médico al enfermero, del gerente de un banco a su portero, del ministro al sereno de la aduana, todos los servicios son trabajo para y por otro, aunque guarden la subordinación y la escala relativa que la naturaleza y los fines establecen fatalmente, y el proletariado de levita va siendo ya tan grande y tan importante como el de chaqueta, pidiendo a la ley el amparo igual que a todos debe. No se trata de clases sociales, es una mentira, una mistificación; se trata del trabajo de todas las clases en las relaciones entre los que lo prestan y los que lo adquieren u ordenan.

 

Hay en este contrato, involucrados por la fuerza de las cosas, la existencia humana misma, el porvenir de las razas, la grandeza de los pueblos, y mal que pese a quienquiera, la solución se impone, el progreso de las ciencias y de las artes lo requieren; nadie tiene la fuerza suficiente para evitarlo.

 

Entre nosotros el olvido de las leyes tradicionales, acaso la repulsión en masa que de ellas ha querido hacerse, pero que no se puede, de aquellas que son la expresión de las necesidades fisiológicas del hombre en la modalidad de suelo, clima y costumbres, nos ha llegado a formar la convicción de que podemos pasar al acaso de los sucesos, de que las riquezas naturales del suelo suplen a todo y son motivo bastante para atraer la inmigración en masa; pero al mismo tiempo que la experiencia va demostrando que tal cosa no es cierta, se siente que, aun cuando con caracteres más pacíficos y menos tumultuosos, los mismos fenómenos de Europa se reproducen, las huelgas crecen y la inmigración no viene.

 

El Congreso no ha tenido a bien ocuparse este año de la ley del trabajo, ¿quién sabe si no ha sido para bien?

 

Las huelgas pasadas y presentes no han tenido ni tienen quien decida equitativamente entre las pretensiones de obreros y patrones; la que se prepara para la próxima cosecha, con síntomas formidables, amenazando pérdidas mayores que la pasada, está produciendo el despertamiento del instinto de la conservación, que se manifiesta por la concesión de mejoras antes de que los hechos se produzcan.

 

Pero de seguro las concesiones van a reducirse a los salarios, y acaso algún poco en la jornada; las demás se acallarán por lo pronto; la mujer y el niño seguirán siendo víctimas de la codicia, muchos accidentes no serán indemnizados; pero volverán con más fuerza luego, para demostrar que no basta ni la buena voluntad de obreros y patrones, que es necesaria la legislación total y los medios de hacerla efectiva, dando a las aspiraciones legítimas del obrero el arbitraje como medio pacífico y legal de llenarlas.

 

Así como no bastan en materia civil y comercial la buena fe ni la buena voluntad de las partes para llenar las relaciones entre ellas, porque intervienen las pasiones y los errores sinceros, así tampoco en las relaciones del trabajo pueden suplir las partes los dictados de la razón, de la ciencia y del derecho.

 

Mirar la cuestión como una lucha de fuerza entre clases, y no como una cuestión de ciencia y de justicia, absoluta y general, es absurdo, tanto como si se quisiera encarar la patria potestad como una lucha entre padres e hijos, o la calidad de la cosa vendida como una lucha de clases productoras y clases comerciales.

 

No se trata tampoco de una ley administrativa y transitoria, sino de reglas que arrancan de los principios fundamentales del derecho y de las ciencias antropológicas, porque afectan a lo más interesante para el hombre: su actividad, su libertad, su personalidad misma y su bienestar.

 

No se trata, en fin, de dispensar favores, de hacer caridad a los proletarios, sino de dar a cada uno lo que corresponde en justicia, y de ello resulta un beneficio para todos. El día en que el vencedor dejó de comerse al vencido y lo hizo su esclavo, renunció a unos pocos kilos de carne, pero aprovechó su trabajo para toda la vida; y si en algo entró en la legislación obrera de Indias el sentimiento humanitario, es indudable que su objeto principal fue la conservación del brazo que a todos enriquecía.

 

Los Estados Unidos prueban que donde mejor vive el obrero, allí la producción engrandece y los ricos son más ricos que en otra parte cualquiera.

 

¿Por qué esta Nación, que tiene tantos e incomparables medios de riqueza, no daría al mundo el ejemplo de la mejor legislación obrera?

 

¡Cuánto más valdría que todas las agencias de propaganda!

 

11—Una observación general en el país, aunque ella no sea objeto de la ley del trabajo, es la despreocupación de las autoridades públicas respecto de las diversiones del pueblo trabajador.

 

La acción civilizadora del teatro no cabe discutirla, ni tampoco la fuerte impresión que produce en las clases menos cultas, con mayor energía que en las más elevadas, porque aquéllas separan poco lo que hay de ficticio y de real en la escena. Todo es vivo y existente para el pueblo que va al teatro, y la iluminación, lo bien vestido que allí se va, el silencio y la compostura, contribuyen a dar más vivacidad a las impresiones, que perduran a través del sueño que sigue a la representación.

 

Ya dije al tratar de Entre Ríos lo que vi en el teatro del Paraná, y como medio de propaganda y de educación creo que vale más una representación de teatro que cien discursos, y la acción suavizadora de las costumbres, la elevación de sentimientos que produce la música en acción no puede ser por nada sustituida.

 

Pues bien, las clases obreras de la República están excluidas de estos goces y de esta acción civilizadora; porque no puede decirse que llene la necesidad el teatro chico y por secciones que está a su alcance en Buenos Aires, ni por su índole, ni por su extensión llena semejantes fines.

 

Desde los egipcios y griegos a los romanos, desde los señores feudales a las sociedades modernas, todos los pueblos bien organizados se han preocupado de las diversiones del pueblo como una necesidad, como una función del Estado. Desgraciadamente nada se ha hecho entre nosotros sobre esto, y antes bien, las diversiones en que el pueblo desarrollaba su destreza, como la sortija y las carreras, decaen cada día más, no quedándole sino la taba y la pulpería como recurso, y el bailecito que fomenta su vicio.

 

Entiendo que podría mejorarse mucho si las municipalidades obligaran a las empresas a precios muy bajos para las localidades de paraíso y una mitad de la cazuela, dejándoles la libertad de precios en las demás, sobre todo para aquellas que ocupan en los teatros los que van allí más por ostentación de sus trajes y joyas; o por puro placer, pues tienen otros cien medios de ilustrarse. Ni gobiernos ni municipalidades debieran conceder subvenciones, ni contratar arriendos sin esa condición.

 

Además, las fiestas patrias y patronales, las inauguraciones, se hacen para las clases elevadas, y hay ciudades en que ni siquiera fuegos artificiales se queman. Sin embargo, el 95 por 100 de lo que se gasta y de que el pueblo no goza, es él quien lo paga, sin que se piense en darle conciertos al aire libre u otras diversiones que lo solacen y liguen al movimiento general. Si se le da algo directamente, es siempre la carne con cuero y la empanada, que hablan al estómago y jamás a su espíritu.

 

Las sociedades corales, que han sido un medio tan poderoso de civilización en Europa, aquí serían de muy fácil creación, dada la afición natural a la música.

 

Ya dije en la página 90 del tomo I1, cómo las leyes coloniales habían estimulado esa tendencia del indígena a la música, cómo en Tucumán una banda modelo da tan buenos resultados (página 9). Estos son los medios más seguros de sacar al obrero de las tabernas.

 

Repito que esto no es de la ley del trabajo; pero es de la ley del patriotismo, y todos deben tender a darle lo que le corresponde.

 

Saludo a V. E. con mi mayor consideración.

Juan Bialet Massé.

 

(el tomo 2 continúa... en la obra impresa: Juan BIALET MASSÉ Precursor de la regulación de las condiciones de trabajo ISBN:  987-1359-50-0)