Bialet Massé. El informe sobre la clase obrera

y su importancia en la historia del trabajo en la Argentina

Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social

de la República Argentina.

 

Conmemorar los cien años de la muerte de Bialet Massé con la reedición completa de su monumental Informe de 1904, y que ésta se realice en su país de origen, es un justo homenaje.

 

¿Qué lo hace tan vigente que aún hoy amerita leerlo en clave comparativa? Bialet nos pinta un mural donde aparecen situaciones que él define de inequidad y explotación, que luego de una especie de retorno cíclico volvieron a producirse en el país durante la última década del siglo XX, de allí su actualidad. Es que la mirada a largo plazo de la historia de la evolución de los derechos y conquistas laborales en Argentina tiene el movimiento de un péndulo: arranca en el punto que describió Bialet, avanza hasta lograr sus máximos logros con el Estado Benefactor de mediados de la centuria, para luego retroceder casi hasta la posición del comienzo. Entonces Bialet y su Informe nos invitan a la mirada en perspectiva y a la reflexión, de allí su vigencia y actualidad.

 

Tenemos conocimiento de la existencia de cinco publicaciones posteriores a la original en tres tomos de la Casa Editora Adolfo Grau de Buenos Aires, ninguna es completa, ni conserva el mismo título (Informe sobre el Estado de las Clases Obreras en el Interior de la República presentado al Exmo. Sr. Ministro del Interior Dr. Joaquín V. González por el Dr. Juan Bialet Massé de acuerdo al decreto del Exmo Sr. Presidente de la República fecha 22 de enero de 1904), ni incluye las casi 150 fotografías y láminas que tenía el último tomo de la primera edición. Hay reediciones en las décadas de 1960, 1970 y 1980, coincidentes con el creciente interés histórico por los sectores populares en general y la clase obrera en particular. Desde entonces el Informe, recluido a bibliotecas de especialistas y estudiosos, pasó a convertirse en un documento histórico de insoslayable lectura para quienes querían reconstruir cualquier aspecto de los trabajadores a inicios del siglo XX, fueran éstos historiadores, laboralistas, legisladores o simplemente interesados en nuestro pasado.

 

La difusión trajo un mayor conocimiento del autor y su obra. Primero el texto fue más conocido y famoso que su propio autor. Pero a medida que más se lo leía, más interés despertaba su visón integral, sus opiniones contestatarias de las ideas dominantes de su época. Entonces, se descubrió un personaje polifacético, inquieto, de una gran agudeza de observación y sensibilidad social, pero injustamente olvidado. Por eso se debe celebrar cada nueva reedición, pues llevará a nuevas relecturas e investigaciones, que permitirán colocar definitivamente a Bialet en su justa dimensión.

 

¿Qué contiene ese documento elaborado con el objeto de poner al tanto al Ministro del Interior de la situación del trabajo en las provincias argentinas?

 

La Argentina del Informe es la de la “cuestión social”, esto es la del crecimiento de la conflictividad laboral a raíz de la organización de los trabajadores que luchaban por distintos medios y formas para obtener mejores condiciones de vida y trabajo. El “progreso” quería ser compartido por estos pobladores que parecían sólo aportar sacrificio al bienestar.

 

A inicios del siglo XX la estructura productiva argentina se diversificó e idéntico proceso se verificó en la ocupación. Se incorporaron miles de trabajadores para tareas antes inexistentes. El trabajo urbano lo desarrollaban hombres y mujeres provenientes en su gran mayoría de la gran corriente inmigratoria que arribó al país entre 1870 y 1914. Pero en el interior, incluso en los centros más activos de las economías regionales como la azucarera tucumana y la vitivinícola mendocina, gran parte de los trabajadores eran criollos. Inclusive en enclaves agroindustriales como el yerbatero misionero, el forestal chaqueño o el de los ingenios salto-jujeños el componente de los mercados laborales regionales era mayoritariamente indígena. Sobre este mosaico étnico que conformaba la Argentina del trabajo de principios del siglo XX es que Bialet escribirá su Informe.

 

Hasta finales del siglo XIX la demanda de trabajadores superó la oferta de brazos, pero a inicios del siguiente la situación se había revertido. Hubo desocupación, trabajo estacional, disminución de ingresos. Se sumó a esto un fuerte componente ideológico socialista y anarquista, especialmente entre los inmigrantes con mayor grado de organización, que cuestionaba duramente a la clase dirigente y sus políticas económico sociales.

 

La época fue la de la formación de las organizaciones gremiales, prensa obrera, sociedades de ayuda mutua, centros culturales obreros, de afiliación voluntaria y militancia perseguida. Algunos gremios alcanzaron cierto poderío y fueron pioneros en la protesta reivindicativa. Por ejemplo aquellos vinculados a servicios que podían afectar los intereses de los sectores agroexportadores, como los ferroviarios, estibadores o carreros, protagonizaron huelgas que derivaron en mejoras puntuales en las condiciones de trabajo. Se sentaron en ese momento las bases de futuras federaciones obreras, y aunque tuvieron que superar fuertes diferencias ideológicas y confrontaciones internas, dieron al movimiento obrero argentino un rasgo distintivo de fortaleza respecto de otros países de América Latina.

 

La clase dirigente, que también estaba en proceso de transformación con la modernización de los grupos dominantes del litoral e interior, al que se le iban sumando algunos inmigrantes, se preocupó por la agitación social que podía poner en riesgo el régimen político y de distribución de la riqueza, por ella manejada. En un principio la respuesta fue la represión y el tratamiento de la cuestión como asunto policial o delincuencial, pero luego se comprendió que el “problema obrero” requería de la intervención del Estado bajo otras formas. De la necesidad de diseñar políticas sociales, nace desde el Ejecutivo, principalmente en su ministerio político (Joaquín V. González) la inquietud de recabar información sobre la situación en que se encontraban los trabajadores, sus organizaciones y reclamos. El objetivo final era promulgar una legislación completa en lo laboral que pusiera al país a la altura de lo que se había avanzado en la materia en la III República Francesa o el II Reich alemán, siempre referentes de países “civilizados”.

 

¿Por qué fue elegido Bialet para desarrollar la investigación? Sin duda influyó su amistad con el Ministro González, pero mucho más su experiencia previa y su formación multidisciplinaria como abogado, medico, técnico y empresario. Nadie podría redactar un texto de más de mil páginas, en cuarenta y cuatro días con datos de extrema precisión y sobre una increíble cantidad de lugares y situaciones, si no tiene un profundo conocimiento previo e incluso escritos sobre algunos de los aspectos. El periplo agotador de Bialet en ese verano de 1904 fue sólo la culminación para una gran cantidad de información acumulada con anterioridad. En el Informe, Bialet vuelca opiniones expuestas en conferencias, clases, breves escritos. Pero el viaje le agrega la experimentación, el dato del momento y la tensión de la premura por elevar información útil para que prospere una legislación laboral que él desea de corazón.

 

Hay en el Informe un proyecto social para el país del futuro, podríamos calificarlo de “integracionista”, esto es en términos de época asimilar a los diversos grupos étnicos que conforman la nación. Y no es precisamente este tipo de ideas la que encuentra mayor arraigo entre los sectores dominantes que están disconformes con “la incapacidad de los criollos, la barbarie de los indios y la mezquindad de los inmigrantes”. Pero éstos son los sectores trabajadores y no se puede prescindir de ellos El Informe es una especie de tratado sociológico, donde se analizan los sectores urbanos y rurales de una inmensa región del país, sólo no investiga los territorios pampeanos y patagónicos. El Informe es producto de dos viajes, y como tal, en algunas por recuerda a un viajero o explorador típico de aquellos tiempos. Las descripciones crean imágenes de lugares y pobladores, pero también contienen inevitablemente las posturas del autor, sus pensamientos sobre diversos temas. De las notas de viaje a la elevación del Informe transcurrió escaso tiempo, sin embargo, su redacción es amena y depurada. A pesar de nuestra opinión, Bialet se disculpa por no haber “tenido tiempo para la forma”. Su esfuerzo físico e intelectual fue notable, sabemos que redactaba de noche, viajando en un tren en marcha, en camarotes de barco, mientras conferenciaba con caciques indígenas, etc. Escribía una obra que condensaba todo su pensamiento social, tenía 58 años y sólo tres años después moriría de un cáncer de garganta, producto de su fuerte afición al tabaco.

 

De la diversidad de miradas con que se puede encarar el Informe sin duda una que resalta desde el inicio es el enfoque sociológico y etnográfico. Bialet Massé convirtió el campo y eventualmente la fábrica, en su laboratorio de estudio. Escuchó conversaciones, observó comportamientos, visitó hogares, buscó conocer sobre modos de vida, interrogó sobre tradiciones. Se valió de informantes que a veces eran funcionarios, militares o empresarios; otras caciques indígenas o trabajadores. Buscó alcanzar una vinculación de empatía con su objeto de estudio, no sólo quiere “sentir” lo que ellos sentían, sino también transmitirlo a sus lectores. En ese sentido parece que Bialet escribe pensando en algo más que un mero informe destinado a ser leído por un reducido número de funcionarios.

 

Bialet Massé trazó su mapa etnográfico del país sobre tres grandes grupos diferenciados: el criollo, el indígena y el inmigrante extranjero. De todos marcó un perfil y creó un estereotipo, tomando en primer término como patrón para emitir juicios sus condiciones como trabajadores. Raza, clima, suelo, dotes psíquicas congénitas fueron conceptos continuamente empleados para sus descripciones e interpretaciones. Sin escapar a las influencias intelectuales de la época, nos referimos en este caso al evolucionismo, dejó su sello personal en la mirada del “otro”, sin duda más humanista que la de la dirigencia de su tiempo.

 

A lo largo de todo su informe Bialet Massé se esforzó por revalorizar y dar muestras palpables, físicas y mentales, de la aptitud del criollo para el trabajo, contradiciendo los prejuicios instalados en las clases dirigentes, que tenían larga data, en calificarlo como vago y malentretenido.

 

A pesar de haber sido la “sangre de todas las guerras”, el criollo era un paria en su tierra, esta “raza original” era superior a las importadas por su entera adaptación al medio, donde “la exuberancia de luz y vegetación” habían dado un producto magnífico y apto para el trabajo. Bialet intenta convencer; a contrapelo del espíritu de época forjado en las ideas de Alberdi, Sarmiento y la Generación del 80, que no era necesario traer de fuera lo que se poseía dentro. El criollo era un trabajador virtuoso, con infinitas menores pretensiones y requisitorias que el extranjero. Era sobrio, inteligente, disciplinado y leal.

 

Otro sujeto menospreciado por las clases dirigentes era el indígena, tanto por prejuicios raciales como por su condición de enemigo del avance de la “civilización”. Bialet lo consideraba un trabajador imprescindible en determinadas regiones (los que él más contactó fueron tobas, mocovíes y matacos del área chaqueña) y lejos de proponer su exterminio, como seguían sosteniendo una gran cantidad de intelectuales de la época, proponía la “integración” a la sociedad nacional por la vía del trabajo y bajo la protección del Estado.

 

“Las cinco herramientas claves de su proyecto integracionista que conducirán al indígena a la civilización eran: a) una legislación protectora desde el Estado, b) el trabajo con retribución digna y equitativa, c) la educación en escuelas prácticas donde el primer instrumento de transformación sea el idioma, d) la doctrina religiosa como complemento de lo anterior y e) entrega de tierra en reducción que contenga al aborigen”. (Lagos, 2004: 82).

 

Bialet consideraba al indio un menor, por su desconocimiento del idioma y las leyes, por eso propone la creación de un Patronato Nacional de Indios. Las funciones de este organismo serían la protección y defensa, la vigilancia en el cumplimiento de las leyes, la colonia-reducción, la educación y el acceso a la tierra en propiedad; en síntesis la totalidad de los propósitos antes indicados. El proyecto no pasó de tal, pero sentó las bases de futuros organismos (Dirección General de Territorios Nacionales en 1912, Comisión Honoraria de Reducción de Indios en 1916) que intentaron implementar una política hacia las cuestiones indígenas.

 

La inserción del indio al mercado de trabajo fue otra preocupación de Bialet, pues entendía que el trabajo disciplinado y constante era un arma esencial en su adaptación a la vida civilizada. La realidad le indicaba que era allí donde se daba, a causa de inescrupulosos empresarios, la explotación y adquisición de vicios que hacían perder la condición “natural” del indígena de bueno y manso. Indicaba que este mal sólo era corregible con la intervención del Estado que se debía imponer con la ley y “mano firme”. Los principales enfrentamientos interétnicos se producían donde el indígena brindaba su trabajo de bracero, zafrero o simplemente sirviente. Resumía que con el indígena lo que se hacía no era más que una versión exagerada de la explotación a que se sometía a criollos y otros trabajadores.

 

Bialet se encontraba en la doble posición de ser un inmigrante al tiempo que estaba vinculado, por lazos familiares, a los círculos de elite que ostentaban el poder del país. “Su análisis está permeado, a la vez, por su condición de residente extranjero y por el alto grado de identificación que ha logrado con la nación adoptiva”. (Gisqueaux y Martín, 1998:27) ­

 

Si bien no había en Bialet una actitud explícita respecto de un inmigrante deseable y esperado (el de la Europa del norte para la elite dirigente) era de la opinión que el Estado había llevado a cabo una política incoherente e indiscriminada. “El lema de Alberdi ‘gobernar es poblar’, se transforma en ‘gobernar es poblar bien’, discriminando los aportes externos, mejorando la ‘calidad’ del crecimiento interior.” (Scarzanella, 2003: 12). “Uno de los errores más trascendentales en que han incurrido los hombres de gobierno de la República Argentina, ha sido preocuparse exclusivamente de atraer capital extranjero, rodeándolo de toda especie de franquicias, privilegios y garantías, y de traer inmigración ultramarina, sin fijarse sino en el número y no en su calidad, su raza, su aptitud y adaptación...” (Bialet Massé, 1985: 29). La raíz del problema se encontraría en la propia Constitución que deja vedada toda posibilidad de restricción o reglamentación. “No entendieron los Constituyentes que con sus disposiciones abrían de par en par las puertas del país a los enfermos contagiosos, a los criminales, a los mendigos, y menos que con su entrada condenaban a los hijos del país a la miseria y al hambre...” (Bialet Massé, 1985: 129). A diferencia de la clase dominante que soñaba con un país blanco, Bialet observó la realidad multiétnica y con su estilo directo y frontal propuso medios para integrar a todos, privilegiando a los hijos de la tierra. Concluía que la “cuestión social” era producto de la inmigración, de su concentración en ámbitos urbanos y de las ideologías “disociadoras” que habían llegado con ellos.

 

El pensamiento de Bialet ha sido calificado de heterodoxo y ecléctico, como el de alguien oscilante entre los intereses de las clases patronales y la defensa de los derechos obreros. En su misma vida personal estuvo relacionado con sectores de las elites provinciales y altas e influyentes personalidades políticas, fue un importante empresario y abogado de asociaciones gremiales. El mismo se veía como un conocedor práctico de la realidad y desconfiaba de las grandes teorías y de su aplicación indiscriminada y valedera para cualquier lugar. Este conocimiento en el terreno de las cuestiones laborales y su experiencia en los conflictos que originan el capital y el trabajo, como hemos señalado, tuvo un peso importante a la hora de ser elegido para diagnosticar sobre las problemáticas que aquejaban a las clases trabajadoras.

 

Se ha definido asimismo el pensamiento de Bialet como el de una simbiosis entre la Doctrina Social de la Iglesia y un “socialismo indiano”.

 

Es nuestro propio autor quien cita como fuente a la Rerum Novarum y al Papa León XIII como el que instala a la iglesia a la altura de los problemas sociales de la época. A contramano de las ideas de su tiempo, que veían como opuestos a la visión religiosa y pensamiento revolucionario, Bialet entendía que en el cristianismo primitivo se encontraba la raíz de socialismo.

 

Su socialismo era crítico del “alemán” (léase marxismo) y descalificador del anarquismo (no olvidemos que su arraigo entre los obreros inmigrantes fue uno de los motivos propulsores de la investigación del Informe y del proyecto de la Ley Nacional del trabajo). El propio Bialet hablaba de un socialismo argentino o práctico, que no debemos confundir con el del partido político, del que era crítico. No creía en la lucha sino en el entendimiento entre clases, responsabilizaba al capital de injusticias, el malestar y la degradación de los trabajadores. Aunque no se explayaba detalladamente sobre la cuestión del rol del Estado, daba claramente a entender que éste, vía legislación, debía ser un regulador para evitar la conflictividad. Pero entendía que también era su deber disciplinar y moralizar a la clase trabajadora, dado que era proclive a las ideologías de “quimeras” que no la conducirían a mejoras concretas.

 

Por otro lado el Estado debía actuar para evitar que el trabajador caiga en las peores condiciones, víctima de todos los vicios sociales. Como médico atestiguó los estragos del alcoholismo, el que creía tenía su origen en la miseria y la ignorancia. Por lo tanto, como otros pensadores de su tiempo otorgaba a la educación un valor crucial para superar estas situaciones “para que las clases obreras vayan adelantando en el camino de un porvenir mejor y tengan garantido el derecho a un porvenir mejor, se necesitan tres cosas: universidad, colegio y escuela”. (Bialet Massé, 1985: 571).

 

Las ideas de Bialet también han sido englobadas dentro de lo que se denominó en sentido amplio reformismo de inicios del siglo XX, es decir una corriente de pensamiento tendiente a crear una comunidad nacional por encima de las diferencias sociales y étnicas, otorgando al Estado el papel de garante de los trabajadores a los que ofrece la posibilidad de integrarse a la República moderna en la categoría de ciudadanos. En esos momentos el voto obrero era objeto de manipulación, la política era restrictiva y estaba absolutamente divorciada de los intereses de los trabajadores. Entonces un primer paso era una ley laboral que asegurara unas condiciones dignas de vida y luego por el camino de la educación asegurar la inclusión de los trabajadores a partir del reconocimiento de sus derechos civiles y políticos.

 

Si se comparan las peticiones generales realizadas durante varios años en los inicios del siglo XX por las diferentes organizaciones gremiales los días 1º de Mayo, instituido a partir de la década de 1890 como el icono de la reivindicación obrera, con las propuestas planteadas en el Informe de Bialet, encontraríamos notables similitudes. Es que nuestro autor era un convencido humanista que creía en la mejora de los lazos sociales por la vía de la regulación legal. Su pensamiento tan próximo a los reclamos obreros lo convirtió en excepción respecto de la opinión de la elite gobernante y en muchos casos sus propuestas molestaron al punto de ser acusado de sólo obrar a favor de los desposeídos. Más aún, fue señalado como agitador, temerario, anarquista.

 

Los resultados del Informe no tuvieron repercusión política inmediata, fue necesario esperar mucho tiempo para que se convirtieran en leyes primero a través de los aportes socialistas y radicales y en derechos constitucionales y realidades efectivas con el peronismo en el gobierno. Pero sus ideas están plasmadas allí en esa publicación oficial de 1904, como documento probatorio de su pensamiento vanguardista y de lo que iría sucediendo más tarde.

 

Bialet proponía que el salario mínimo debía ser establecido por ley y que podía ser variable según el trabajo fuera de reposo, esfuerzo o provocara fatiga. La “ciencia del trabajo” se basaba en la medición del esfuerzo requerido, del desgaste de fuerzas ( por eso a todos lados lleva y utiliza el dinamómetro), esto indicaba la ración necesaria para el mantenimiento del trabajador y su familia y de allí la determinación de la ganancia mínima necesaria.

 

La garantía de un salario suficiente no sólo lo considera un “derecho natural” del trabajador, sino una conveniencia del “interés bien entendido del patrón“, porque aseguraba la conservación y propagación de la clase trabajadora.

 

Recodemos que en esos momentos las remuneraciones eran absolutamente arbitrarias y desiguales. No se abonaba por el mismo trabajo a un hombre adulto que a un niño o una mujer, un mismo oficio se remuneraba distinto de una fábrica a otra, la frecuencia y la forma de pago también eran sumamente heterogéneas.

 

Un aspecto que nos puede llamar la atención en la propuesta del Informe es el que se abone en especie parte del salario. Según Bialet éste era un reclamo de la mujer criolla, que con esto quería evitar que sus maridos gastaran al momento del cobro buena parte en alcohol y borracheras. Creía que con la entrega de una ración la alimentación de la familia estaba asegurada.

 

Con las mismas herramientas de la “ciencia del trabajo” Bialet defendió las ocho horas de trabajo, una de las conquistas laborales que más encarnizadas luchas originó. En su opinión la prolongación excesiva del horario de labor era un producto del mundo industrial y no tenía más de siglo y medio de vigencia. Exponía que las jornadas extenuantes degradaban física y moralmente, llevando a los pueblos a la servidumbre. La jornada larga mata la escuela y fomenta la taberna decía metafóricamente, queriendo significar que la evolución del obrero a ciudadano jamás se podría producir con las jornadas de sol a sol que verificó en los cañaverales tucumanos y jujeños o con las doce horas de labor de costureras o zapateras en los talleres. En forma didáctica escribe pensando en la clase patronal para que entienda que efectividad y rendimiento no están asociadas al volumen de horas sino a la buena predisposición y concentración que sólo se lograba en un tiempo acotado, en este sentido emplea conceptos que luego tomarán difusión con el taylorismo y el fordismo.

 

Respecto del trabajo de mujeres y niños, como en otros temas, veía un problema moral y de sensibilidad humana. Afirmaba haber cambiado de opinión luego de haber “visto de cuerpo presente” la explotación a que eran sometidos, y autocriticarse calificando de ingenuas sus ideas previas. Para los menores no aceptaba el trabajo antes de los quince años. Hasta los doce años los niños no debían hacer otra cosa que ir a la escuela.

 

Respecto de la mujer tenía una visión muy tradicional y propia del siglo XIX relacionada a lo biológico y la maternidad. Por eso debía ser protegida en el ámbito laboral pues en la procreación estaba el futuro de la “raza” (el término es usado con mucha frecuencia pero no tiene la carga peyorativa e ideológica que tomó años después).

 

Considerando que son la parte débil de la cadena laboral reclamaba máxima protección y vigilancia en el cumplimiento de toda legislación y reglamentación para que no fueran víctimas de patrones o miembros masculinos de su propia familia.

 

También escribió a favor del descanso dominical, al que asociaba con la dignidad y libertad del trabajador. Debía haber un día para la familia, las relaciones sociales, para sí mismo, alejado de la rutina y el control. En la cultura de su tiempo no estaba totalmente incorporado aún el concepto de ocio y esparcimiento, mucho menos en las clases subalternas, por eso se apelaba en primer término a un mandato bíblico y a la necesidad de recuperación física.

 

En este punto ponía énfasis en la otra mitad de una legislación: su cumplimiento. Por eso reclamaba fuertes sanciones para aquellos que burlaban por diversas artimañas la futura obligatoriedad del descanso semanal.

 

Otro tema que aborda el Informe es el de las organizaciones obreras. En su tiempo sólo se toleraba el sindicalismo, era una etapa superadora del prohibicionismo que imperó en casi todo el siglo XIX, pero aún los sectores patronales intentaban impedir las organizaciones, las perseguían o se negaban a contratar a quienes tenían afiliación.

 

Para Bialet la organización obrera tanto como la patronal era fundamental pues era un vehículo de comunicación y posible fuente de entendimiento que podía evitar la lucha entre clases. Opinaba que el obrero aislado era un átomo de polvo, mientras que unido se convertía en una montaña, pero la patronal no debía temer por el poder de la mutual o el gremio porque era la mejor defensa contra el anarquismo, los trabajadores lucharían por obtener mejoras y no por destruir a la burguesía.

 

Como ejemplo indica a los trabajadores criollos que no tenían idea de organización y que eran víctimas de la exaltación de unos cuantos extranjeros que se aprovechaban de su ignorancia y necesidad para inculcar la anarquía, conduciéndolos a huelgas de las que no tenían conciencia de sus consecuencias.

 

Bialet tenía experiencia personal en el campo sindical pues había sido asesor legal de los estibadores de Rosario cuando estos organizaron huelgas pidiendo la reducción de las cargas (solicitaban la disminución del peso de las bolsas de 100 a 75 kg.) y la jornada de trabajo. El catalán consideraba a la huelga legítima, “instintiva” e inclusive anterior a todo tipo de legislación. El Estado debía intervenir en la conflictividad por derecho natural, por moral y por ley, era función de los gobiernos encauzar, conciliar, componer, no reprimir como había sido la práctica hasta ese momento.

 

Explicaba que muchas veces el conflicto tenía gran carga de responsabilidad en el capital, opinaba que gran parte de la patronal de su tiempo no entendía ni se daba cuenta de la “cuestión social” (sic) en ciernes. Su visión del capital y sus responsabilidades era crítica. Describía a los sectores empresarios argentinos, a los que conocía perfectamente por pertenencia y haber sido también jurisconsulto, como especuladores y mezquinos “acechando el modo de economizar el centavo” sobre el trabajo del obrero. Por su parte decía que los empresarios extranjeros eran sólo explotadores pasajeros y usurarios del país, que no invertían siquiera por mejorar sus propias empresas. La conversión de las empresas familiares en grandes sociedades anónimas habían deshumanizado la función del capital y habían derivado en el aumento de la conflictividad.

 

Dedicó también algunas líneas al capital mercantil y afirmó que en el ámbito rural la proveeduría y el boliche eran centros de enganche, endeudamiento y explotación de los trabajadores.

 

Bialet no consideraba al capital y el trabajo enemigos sino concurrentes, el primero dependía y se había originado en el segundo, por eso debía protegerlo y dignificarlo.

 

Aunque no es un tema central en el Informe, Bialet analizaba las potencialidades de las economías regionales. Le gustaba hablar de “mares”: de trigo, de uvas, de cañas. Sus descripciones estaban llenas de admiración por la naturaleza; se emocionaba en las alturas de Famatina, se deslumbraba en el vergel de la selva jujeña, se fascinaba ante los quebrachales chaqueños. Pero así como describía las bondades no escatima en brindarnos información sobre sus miserias, enfermedades, dificultades de comunicación, aislamiento. Su principal conclusión parece ser que el interior del país era rico, pero la población pobre y su naturaleza saqueada con el monocultivo y la explotación desmedida de sus recursos naturales.

 

Bialet era un hombre del interior, vivió en Mendoza, San Juan y Santa María, su querencia en Córdoba. Atraviesa su texto un sentimiento crítico hacia la política porteña y sus consecuencias sobre el estancamiento de las provincias. En su discurso hay un tinte de nacionalismo, que se expande a medida que se acerca el Centenario de la Revolución de Mayo, y un reclamo por el interior, donde considera se encuentra la “esencia” de la argentinidad.

 

Hay un pensamiento ecologista en Bialet, insólito para su tiempo cuando la naturaleza parecía aún el enemigo a vencer por el hombre. Su descripción sobre los daños y peligros que producía la destrucción de los bosques chaqueños, advierte sobre una cuestión que un par de décadas más adelante se concreta: la desaparición de especies arbóreas, la desertificación y el empobrecimiento crónico de extensas zonas del Santiago, Santa Fe y Chaco.

 

Todos sus conocimientos y pensamientos Bialet tuvo oportunidad de desarrollarlos en otros textos y también en su actividad académica en la Universidad de Córdoba, donde entre otras cátedras fue profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, siendo ésta una materia nueva, lo convirtió en el primer catedrático de América Latina en la especialidad. Por su actividad incansable sin dudas es un precursor y su Informe un hito en la historia del trabajo en la Argentina.

 

La vida de Bialet fue apasionada y comprometida, el Informe es un reflejo escrito del vigor con que encaraba las tareas. Fue ante todo un ser ético, un ferviente convencido de la necesidad de correspondencia entre la palabra y la acción. Su postura a favor de los desposeídos, a pesar de su posición social, lo dignifica. Su amor por la patria adoptiva, aunque jamás renunció a la ciudadanía española, su deseo de serle útil, lo enaltece. Su muerte en la pobreza, cuando amigos vendían de sus libros para pagar sus curaciones, emociona.

 

En el último párrafo de su presentación del Informe Bialet dice que estaría satisfecho si su Informe fuera, aunque más no sea, un grano de arena en la construcción del edificio de progreso nacional. Su objetivo ha sido sobradamente cumplido y su memoria y ejemplo, afortunadamente, está custodiado por los hombres progresistas del país.

 

Por tantos méritos hemos impuesto, en el año 2004, su nombre a nuestra biblioteca del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social en Buenos Aires y participamos en diversas actividades académicas, sindicales y sociales organizadas con motivo del centenario del Informe y de su fallecimiento.

 

No puedo, finalmente, más que encomiar la decisión de los editores de publicar este trabajo y de adjuntarle valiosos estudios preliminares que proporcionaran al lector una visión acabada de su vida, su obra y su tiempo. Prologarla, me honra y ratifica el compromiso de todos quienes hemos abrazado la causa de la justicia social y tenemos al Informe, como brújula y mandato.

 

 

Carlos Alfonso Tomada

Ministro de Trabajo, Empleo y Seguridad Social

Argentina - 2007